Las formas de los espíritus son vagas y amorfas, advirtiendo, con cierto recelo, multitud de entidades que cabalgan entre la niebla y la tormenta. Con ellos llega cierta tendencia al movimiento, mientras el viento sigue y sigue silbando…
Me saturo de aire y oxígeno, por lo que me adentro en una reflexión profunda ¡Se aprende tanto cuando una se rodea de tanta nada! En esta afonía que me envuelve, convertida en desenlace y en una tremenda liberación a su vez.
Las oraciones cesan repentinamente, mi mente se integra en una extensión diferente y en donde moran vibraciones que arrebatan el volumen a todo cuanto me rodea. El viento es armonía y atrevimiento. La piel se eriza en su primera caricia, luego es abandonada a la nada, a esa inexistencia absoluta de cualquier cosa. Una vez tomado mi cuerpo, desmantelado, me dejo llevar hasta no quedar organismo ni estructura a la que aferrarme. Tan solo el aire y el viento, mecido entre el pasto y las ramas….
Desde mi terraza y en los días despejados se divisa el mar, pues mi caverna cuelga sobre la falda de una cumbre escarpada y lampiña, en donde el viento pega tan fuerte que no deja crecer nada. Su sonido, constante, representa un nuevo lenguaje para nosotras, aunque nada parecido a aquel que bramaba recorriendo las callejas abandonadas del Muro. Su resonancia nos hace de acompañante perpetuo y cómplice de nuestra enseñanza. En las noches ese rumor invariable, se convierte en un rugido atroz, siendo entonces cuando el céfiro viento arremete con todas sus fuerzas sobre los pastos y las rocas; por lo que he de asegurar el portón de acceso a la cueva, para evitar su intento de incursión y su demoledora compañía. Eleonora se halla muy cerca de mí, justo en una caverna contigua a la mía. Al atardecer, con el frío arremetiendo contra mi rostro, la observo alzarse desde su terraza, desafiando la altura y el paisaje.
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Cartas a Thyrsá –ExLibric- 2018
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