Llegó Asia, la que fuera mi gran compañera en los principios. Juntas bajábamos y
paseábamos sobre el sendero de los cantos rodados. Descalzamos nuestros pies, y
jugábamos a moldear nuestros pasos sobre las impávidas piedras. Enseñándome a
modular diferentes tonos de voz, mientras realizábamos lo que ella llamaba «El
arte de los paseos encantados».
Llegó un tiempo hermoso junto a Asia, aprendiendo
a valorar y respetar cuanto me ofrecía esta nueva tierra. A la llegada de la
noche y cuando caían los rayos y se desataban tormentas sobre el Valle, me
imaginaba arropando al niño Ví, protegiéndolo y cuidándolo como si fuese un
crío desamparado.
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Cartas a Thyrsá –ExLibric- 2018
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