martes, 14 de diciembre de 2021

Dulzura


«Montamos ambos sobre Dulzura, mientras los días pasan a ser predominio de las nubes y junto a un constante aguacero que no nos abandona. Sin importarme cuanto me rodea, me aferro con verdadera efusión a la cintura de mi caballero, constituyendo ambos un solo cuerpo. Estoy enamorada, locamente enamorada».

Dulzura, era la hija de Dalia, la yegua de mi madre. Dulzura, es y será siempre la yegua del comandador.

Se le llamó Dulzura, al igual que la madre de Dalia, la que fue yegua de Latia. Y del invierno más tosco y aburrido; Ixhian, pasó a disfrutar de la primavera más alegre de su vida. Cuidando del potrillo y entregándose a complacerla como si fuese un tesoro hallado en el desierto.

Blanca como el brillo de la luna plateada o como una perla de esas que se encuentran en el interior de caracolas o las conchas marinas. Tenía el pelo largo, sobre todo en su crin que la lucía sin recato alguno y cuando movía la cabeza henchida de complacencia volaban sus cabellos al viento, luciéndolos al igual que una joven presumida. Su velocidad desafiaba la quietud de la pradera y el sonido de sus pisadas resonaba en el suelo; tal si se comunicara con el fondo de la tierra. Dulzura era una yegua fiel, más que ninguna. Enamorada de su amo hacia las veces de centinela e incluso podríamos atrevernos a decir que amo y rocín llegaron a constituir un solo organismo.

«Ixhian, monta sobre Sumo, compartiendo el bello caballo azabache con el abuelo. Ellos prefieren que Thyrsá haga la entrada al valle en solitario; sobre la orgullosa y blanca Dulzura, tal como manda la tradición, tan solo es una cuestión de géneros».

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Cartas a Thyrsá –ExLibric- 2018

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