miércoles, 8 de diciembre de 2021

Comienzo y leyenda

 


La leyenda o el comienzo de todo

Una noche, hace ya bastantes años, en un centro budista que por entonces frecuentaba, me contaron una historia referida a un lugar mítico llamado Shamballa. Me dijeron que, según la leyenda, dicho lugar desapareció de nuestro mundo hace mucho tiempo y los seres que poblaban lugar alcanzaron un estado de conciencia más elevado; un estado que les permitió alcanzar una mente dotada de claridad.

Su Rey, llamado Dighen, antes de partir junto a su pueblo, realizó la siguiente profecía; retornarían a este mundo para salvarlo de la destrucción y la codicia de los hombres. Según dicha profecía, Dighen regresaría con su ejército de luz para combatir en una futura batalla que posibilitaría un cambio en el devenir de los seres que poblamos el planeta.

Mi amigo monje me contó, que existe una enseñanza llamada del Kalachakra y que quien le recibe queda vinculado para siempre con el reino de Shamballa.

Absorbido por la leyenda recuerdo que pasé la noche en blanco, escuchando el aire que resoplaba con ferocidad por entre las montañas. Recuerdo que al amanecer una enorme nevada cubría la totalidad de la cumbre. Ya de regreso, obsesionado por dicha historia, me dediqué a investigar las diferentes sociedades míticas que han acompañado al hombre desde el albor de los tiempos.

La similitud entre Shamballa y el País de las Manzanas (Avalon) es evidente, pues ambas sociedades se sumergen en la niebla en un momento determinado y en ambas existe la profecía del regreso del monarca; tanto de Dighen como de Arturo. Y, cuando menos lo esperaba, apareció un reino más extraño si cabe, mucho más misterioso y sutil; un lugar llamado Emänia.

La diferencia entre Emänia y las otras sociedades míticas es el carácter transitorio del lugar. Los guerreros, una vez han alcanzado cierto desarrollo espiritual, se desplazan a Emänia con el objetivo de descansar y reponerse. Según la leyenda, Emänia posee sus límites en los confines de la Aurora Boreal. Su regente se le conoce como la diosa llamada Arianrhod, Rueda de Plata, aquella que marca el ritmo en el devenir del tiempo y siendo la indicada para retener el alma del guerrero y dotarlo de nuevas energías.

El Castillo de Arianrhod, concretamente Caer Arianrhod, era lugar de peregrinación mística y según se cuenta, los grandes guerreros lo buscaban como viaje definitivo ya que en sus aposentos se encontraba el conocimiento supremo, aquello que supera toda dualidad. Estas páginas son fuentes de inspiración de dicha búsqueda; que sea un consuelo para quienes se encuentren perdidos en tiempos de tanta oscuridad.

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Ricardo Reina Martel

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