viernes, 24 de diciembre de 2021

Ixhian

 


Edmund Leighton, 1901

No fui un niño fuerte y no me refiero con ello a que fuese un niño enfermizo o débil, nada de eso; nací asustado y con el terror metido por entre las venas. El miedo me encogía y los gritos de los otros niños me hacían retorcer de angustia. Recuerdo que me llamaban el niño tortuga.

El día que la encontré a ella, vestía pantalones rojos y una amplia camisa amarilla que me colgaba por fuera. Me quedé observándola por encima del tenderete, detenido, absorto… y en cuanto coincidía nuestra mirada no conseguía mantenerla, por lo que la desviaba apresuradamente.

Perdido en sus ojos para encontrarse una.
En los brazos de él mi alma está llena, me consuela como una caricia de mar.
Y cuando froto su piel, me vuelven loca mis sentidos,
me envuelvo en un misterio para mí.

La fuente que brota de su boca es mi alegría,
siendo sus palabras las que nutren mi corazón.
Las que restauran el beso perdido, 
ahora que mi vida está llena de color.

Me llamaba el niño Ví, y yo le llamaba a ella la niña Mó. Nuestra segunda infancia sucedió en los bosques de Hersia y en una casita que se aposentaba sobre un altozano.


Luego, sucedió lo de la gran travesía y junto a Thyrsá, la niña Mó, cruzamos el Paso de Lara para alcanzar el Powa, el bosque donde hallaríamos, cada uno de nosotros, nuestro verdadero hogar. Hasta que nos alcanzó de lleno la guerra y yo hube de cruzar el firmamento para liberar a las Mariposas, las grandes madres del pasado que aguardaban en Paradiso… esto es el principio de esta historia.

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