Desde mi terraza y en los días despejados se divisa el mar, dado que mi caverna cuelga sobre la falda de una cumbre escarpada y lampiña, en donde el viento pega tan fuerte que no deja crecer nada.
Su sonido, constante y repetido, representa un nuevo lenguaje para nosotras, aunque nada parecido a aquel que bramaba recorriendo las callejas abandonadas del Muro. Su resonancia nos sirve de compañía y cómplice de nuestra enseñanza.
En las noches ese rumor invariable se convierte en un rugido atroz y es entonces cuando el céfiro viento arremete con todas sus fuerzas sobre los pastos y las rocas. Habiendo de asegurar el portón que da acceso a la cueva, para evitar su intento de incursión y su demoledora compañía.
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Cartas a Thyrsá –ExLibric- 2018
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