Partieron nada más amanecer hacia Torre Maró que se hallaba a solo una jornada de camino. El trayecto se le hizo bastante pesado, pues una ligera llovizna los acompañó de principio a fin. Entrada la tarde alcanzaron al fin la torre. Un caballo blanco relucía atado al pie de la fortificación; dándole un vuelco el corazón, reconoció a Dulzura al instante.
Requerir Torre Maró suponía incomunicarse y apartarse de cualquier localidad cercana. Lo solicitó al encontrarse ávido de soledad y tras una imperiosa necesidad de apartarse del mundo.
El sonido roto y desgarrado de su voz, le trasladó a los tiempos del mar, envolviéndole cierta nostalgia por los días pasados en Torre Maró. Aportando a su memoria el recuerdo de las olas rompiendo a la atardecida, junto con el canto de las gaviotas revoloteando sobre la playa.
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Cartas a Thyrsá –ExLibric- 2018
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