sábado, 2 de abril de 2022

Pergaminos y Colores



John William Waterhouse
Lady of Shalott, 1915

Ramá y Sien, las hijas mariposas

En el taller de escribanía reina una placidez absoluta, pero si pones tu atención, adviertes el paso de algún insecto, el chasquido de una pluma introduciéndose en el tintero o el rayado del punzón sobre el manuscrito, pero nada más. 

Luego están los olores, esos aromas que no se marchan ni cuando una duerme. El olor a piel curtida, oro bruñido, yeso o la esencia penetrante de las tintas. 

Sin dificultad alguna, adivinaría su coloración guiándome tan solo por la fragancia que destila el pergamino; la tinta roja despeja cierto olor a humo o carbón, y el bermellón, por ejemplo, destila un fuerte olor a mercurio y orina; el rojo dragón, tan dificultoso y extraño de conseguir, huele a sangre, a sangre de elefantes y dragones muertos en combate; el azul difiere plenamente en aromas, pues nos llega en olor a minerales o quizás al agua estancada de los pantanos; el violeta se da a hierbas heliotropos y el ultramar se acerca al particular lapislázuli; el verde de malaquita no huele a hierbas, ni a praderas, sino a profusas arenas del centro de la piedra, y el amarillo sol, tan inconfundible, nos trae el olor a flores de tierras llanas, y si fuese algo anaranjado, nos acercaría aromas de azafrán. El blanco, sin duda, al albayalde y a la inmaculada clara de huevo; refrescante en el boceto, siempre se busca y siempre se halla.


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Las Granjas Paradiso – ExLibric- 2022



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