Que duda nos cabe que, de todos los festivales ígnicos o de fuego, aquel que ha conseguido traspasar la barrera del tiempo es sin duda el conocido como Litha o Solsticio de Verano, siendo este el más significativo y celebrado.
La coincidencia del nacimiento del Santo con el Solsticio de Verano es la misma que la del Cristo con el Solsticio de Invierno; intentos de la iglesia de acercarse al pueblo e introducir a su santoral las costumbres paganas y ancestrales que desde el albor de los tiempos habían acompañado a los pueblos de la vieja Europa.
El ciclo solsticial nos muestra una sutileza comunicativa con las energías que nos rodean, siendo las más importantes las telúricas y las etéreas. Y si existiese relación sagrada entre los solsticios y los dioses ésta hubiese estado predominada por Jano, dios romano que bendecía las puertas, dios que vigilaba he intervenía en cualquier entrada o salida como fiel protector y guardián.
Custodio de la muerte del ciclo solar y su posterior renacimiento en el solsticio invernal. Como reflejaría Ovidio en sus Fastos; se le caracteriza como «aquel que custodia el universo, centrado en controlar la armonía del cosmos», por tanto, era conocido en la antigua Roma como el que custodia el universo, como fuente primigenia de la armonía en todo el firmamento.
La función de axis mundi cumplida por Jano es importante y nos envía al carácter primordial de dios, a la «unicidad» que se expresa también en las monedas, que dividía exactamente las dos caras del dios figurado. Todo ello tiene una evidente ligazón con el simbolismo del año, más precisamente con las dos mitades del año obtenidas por la intersección de una ideal línea axial que delimita las dos «puertas del cielo» y los «orificios» de los que hablaba Ovidio en Fastos.
Para comprender bien este punto hay que recordar que el ciclo anual se especifica en los dos momentos fundamentales del recorrido solar, el descendente, desde el solsticio estival hasta el invernal, y el ascendente, del solsticio invernal al estival, según un ciclo que indefinidamente retoma tal sucesión cósmica El axis mundi (= Jano), dos «fuerzas celestes» que marcan la «puerta de los hombres» y la «de los dioses», aquella que trata la mitología helénica y la especulación pitagórica.
Al macrocosmos representado por el periodo invernal se le conocía como; «La puerta de los dioses, del firmamento o de los avatares». Bástese en recordar la similitud de fechas y nacimientos en tan particular momento o época: Mitra, las Saturnales, el nacimiento de Horus, el Cristo y un sin fin que no me toca enumerar en esta entrada.
Otra hipótesis a tener en cuenta nos remonta a la vieja Irlanda o a la antigua mitología galesa con el rey del roble como dios del año creciente, que se retiraba a las estrellas circumpolares, la Corona boreal, el Caer Arianrhod celta, esa rueda giratoria de los cielos, ya que sus estrellas nunca se hundían en el horizonte incluso durante el solsticio estival. Ahí esperaba el rey también su inevitable renacimiento.
Naciendo del rey del acebo que regiría todo el campo invernal hasta su muerte en el solsticio invernal.
El solsticio de verano abre tradicionalmente las profundas y reservadas puertas de la tierra, la telúrica energía almacenada, que como un estallido hace que la noche se llene de aromas, sonidos, recuerdos inmemoriales. La tradición nos cuenta que es cuando los esquivos espíritus feéricos se asoman a nuestro mundo y es cuando las fuentes y las aguas puras en general adquieren poderes purificadores, cuando las hierbas aromáticas multiplican sus facultades curativas, (Recuérdese a la sutil diosa Aine y su peregrinación floral, reina de las hadas)
Tales verdades se han sabido desde siempre, desde que el hombre tomó conciencia circular del universo, desde que computó el tiempo y nos quedamos con la duda que nos lego Frazer; me refiero entre las teorías del aseguramiento de los rayos solares durante los meses de decaimiento (a mi entender la más primitiva forma de concebir dichos festivales) y la teoría simple y llana de la purificación.
Después de estudiar el señor James Frazer, multitudes de ceremonias por toda la antigua Europa llegó a una conclusión; la sola unificación de la totalidad del ritual en cuatro ramificaciones.
El elemento fuego en sí producido por la hoguera, el transitar por entre las brasas, el humo producido por ciertas hierbas (Carácter purificatorio) y marchar detrás de una rueda de fuego acompañado de multitud de jovenzuelos que desde el collado hasta la llanura corrían asustando en su recorrido a muchachas y jóvenes (Traer la luz a la tierra). Lo demás sería simplemente derivaciones del lugar y las costumbres.
Disfrutad de esta mágica noche, acompañaos del fuego y del agua.
Y hacedme caso, que los elementos también sanan.
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Cartas a Thyrsá –ExLibric- 2018