El río Sión emerge desde la profundidad agreste e impenetrable del País, en donde
cae descomponiéndose y conformando el salto del Ánima, diseñando así el
asombroso paisaje de la Roca. Desde allí cruza el corazón del Powa hasta
abrazar el Valle, esquivando cerros y eriales, salvando frondosidades y
abruptas quebradas que van conformando su caudal. Descansando, y al amparo de las
Díalas, se entrega sin dilatación alguna al mar. El Sión es la sangre
del Powa y el Ambrosía es el hijo que acaricia dócilmente nuestro Valle y su
pradera. Sin él no habría posibilidad de subsistencia alguna.
Amanece, una suave llovizna baña la hierba de este agraciado y
plácido paisaje, en donde las madres depositan y desarrollan la más excelsa de
las virtudes. Pequeñas lavandas azules junto a las amapolas, comienzan a
salpicar la húmeda campiña. Desciendo y conforme avanzo, se empapan mis pies
del rocío de la mañana. Observo como los últimos brotes de los cerúleos
rododendros se asoman por doquier, junto a las minúsculas caléndulas y
campanillas, que de todos los colores posibles, dibujan y colorean el Valle de
Tara. Busco mi flor favorita, la reticente Alisum o aroma de miel y deduzco que deberá haberse asustado de tanta calor como hace.
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