Era el Gris, aquel caballero nómada que los condujera y sirviera de guía; hombre reservado, dado a lo sombrío, de rostro endiablado y étnicos contornos, vestía ropa curtida en piel de fieras y bosques lejanos, dando la apariencia de ser un felino dispuesto a sorprender en cualquier instante.
Lo recordaba como un hombre extraordinario, aunque ahora que me encontraba frente a él, no lo parecía tanto. Con sumo nerviosismo saludé primero al capitán, recogiendo posteriormente el pergamino de manos del Gris, tal como sucediera en el sueño.
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Cartas a Thyrsá –ExLibric- 2018
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